Las relaciones entre Europa y Hollywood siempre han despertado en mí un singular interés. Históricamente, se han articulado fundamentalmente bajo un doble prisma económico y cultural, del que se derivan asimismo aspectos políticos y sociales. Al mismo tiempo, a lo largo de un siglo largo de vida, este intercambio puede tildarse de todo menos de equilibrado. Desde el punto de vista económico, por ejemplo, Estados Unidos apenas ha encontrado competidor en aquellos países donde ha desembarcado. Las películas de Hollywood dominan los cines del mundo entero, y proveen a los grandes estudios (majors) de sustanciosos beneficios. Para ilustrar esta realidad, bastaría con señalar que las películas americanas copan cerca del 70% del mercado europeo, mientras que, por contra, los filmes europeos apenas llegan al 5% de la taquilla norteamericana (según datos del Observatorio Audiovisual Europeo). En el ámbito cultural, los filmes de Hollywood han actuado como eficaces difusores de los valores americanos por todo el planeta, logrando la americanización de los gustos del público.
Hablar acerca de las conexiones entre Hollywood y Europa equivale a hablar de las estrategias que la maquinaria hollywoodiense ha desarrollado allende sus fronteras. Como anotaba Gorham Kindem en su libro The International Movie Industry, “la industria cinematográfica norteamericana ha jugado un papel preponderante en los mercados internacionales, animando a los países europeos a adoptar medidas proteccionistas (…) y a diseñar estrategias de marketing para tratar de competir con éxito contra las películas de Hollywood”. Enarbolando la bandera de la defensa de su patrimonio cultural, Europa se ha visto obligada a levantar un muro de contención que asegure no sólo la estabilidad de las industrias cinematográficas nacionales, sino una mínima cuota de mercado. Como respuesta, Hollywood ha impulsado todavía más su estrategia expansiva, aumentando el número de coproducciones internacionales, y consolidando su posición en los países europeos, cual caballo de Troya, gracias a asociaciones con productores, distribuidores y exhibidores locales. Por tanto, así como en el caso estadounidense la evolución histórica ha sido de expansión y consolidación, el desarrollo de la industria europea del cine, por el contrario, puede calificarse más bien de defensa y supervivencia.
Antes de proseguir, me gustaría advertir sobre la licencia de considerar Europa como un territorio cinematográfico homogéneo desde el punto de vista de la industria y del mercado, sin matizar suficientemente la realidad fragmentada y enriquecedora a un tiempo de sus diferentes idiosincrasias (es decir, tomamos el todo por cada una de las partes). Pienso no obstante que este recurso resulta válido a la hora de realizar comparaciones con la realidad norteamericana (donde en cambio se toma la parte por el todo) y ofrecer así una visión panorámica conjunta.
Desde el punto de vista económico, tal y como se ha visto, en Estados Unidos el cine se entendió desde sus orígenes como una forma de entretenimiento, mientras que en Europa, tras un inicial impulso comercial, prevaleció la visión del cine como obra de arte e instrumento de propaganda política. Hollywood estandarizó un modo industrial de producción en serie a gran escala (sistema de estudios), dentro de un modelo económico basado en el libre comercio, en el que prevalecía financiación privada (capital riesgo). Se trataba de una economía de escala basada en la integración vertical, la concentración industrial y la diversificación del producto. Por otro lado, contaba con un mercado nacional amplio y homogéneo. Su primacía en la conquista del mercados mundiales se debió al establecimiento de redes de distribución internacional y a la considerable inversión en marketing.
En Europa, en cambio, prevaleció un modo artesanal de producción de menor escala, bajo un modelo económico mixto, con predominio de dinero público (subsidios). No puede hablarse como tal de economía de escala, ni de una única y unida industria del cine. Los distintos esfuerzos de crear estructuras paneuropeas de producción y distribución no han dado el resultado esperado. De igual modo, el mercado europeo, lejos de ser homogéneo, está muy fragmentado por razones de lengua y cultura. Esta misma razón ha llevado al escaso éxito del cine europeo en los mercados internacionales. A partir de los años 60, y hasta nuestros días, los estudios de Hollywood, gracias a su papel de principales proveedores de contenidos audiovisuales de ficción y entretenimiento, han actuado como catalizadores del cambio empresarial (formación de grandes corporaciones mediáticas). Europa, en este aspecto, ha ido a la zaga, en una escala menor.
En cuanto al punto de vista cultural, el cine americano, anclado por lo general en una visión optimista y esperanzada, ha funcionado desde le principio como medio de evasión (Hollywood como “fabrica de sueños”). Sus historias, nacidas en una nación de inmigrantes, poseían atractivo universal y, gracias a la popularidad del star-system y de la eficaz maquinaria de marketing, lograron “americanizar” los gustos del público en el mundo entero. Europa, en cambio, formada por una amalgama de diferentes culturas e idiosincrasias, incapaces de fundirse en el crisol de una misma nación, ofrecía un cine de autor más trágico y existencialista, alejado de los gustos del público nacional e internacional.
Esta influencia cultural del medio cinematográfico no pasó desapercibida al poder político a ambos lados del Atlántico. En Estados Unidos se estableció pronto la alianza entre Hollywood y Washington. El cine pasó a ser una industria estratégica, primero desde el punto de vista económico y luego cultural. El hecho de que las películas americanas actuaran no sólo como embajadores de valores democráticos, sino también como vendedores y exportadores de productos autóctonos hizo que se desarrollara una política comercial expansionista, dirigida a conquistar los mercados internacionales. Por su parte, Europa vio también crecer la relación entre el poder político y la industria cinematográfica, solo que en su caso, el cine fue considerado ante todo una industria cultural más que un negocio de entretenimiento. En consecuencia, la intervención estatal ha sido más explícita en forma de medidas proteccionistas (apoyo al cine nacional y barreras de entrada al cine americano), con una estrategia más defensiva. Así, los principales esfuerzos europeos han estado dirigidos a combatir el dominio americano y no tanto a “vender” la propia cultura fuera.
Por otro lado, tras contemplar las distintas etapas históricas que jalonan este primer largo siglo de existencia de la industria cinematográfica, puede concluirse que Europa y Hollywood se han movido en una dinámica de “amor-odio”. La clave está en determinar hasta qué punto este peculiar romance puede considerarse un “matrimonio de conveniencia” o más bien un caso de “dormir con el enemigo” –en especial, en lo referente a Europa, A este respecto, se entiende que en Europa hayan surgido voces críticas que advierten de los peligros de la americanización o hollywoodización de nuestra cultura. En Estados Unidos, por otro lado, se denuncia el empobrecimiento de la cultura autóctona, que pierde sus señas de identidad para adaptarse al mercado internacional a cualquier precio. Finalmente, no faltan quienes, al pensar en la migración de talentos europeos a Estados Unidos, los remakes de películas europeas llevadas a cabo por los estudios hollywoodienses e incluso la financiación de películas americanas con capital europeo hablan más bien de la europeización de Hollywood.
El debate sigue abierto, y sus implicaciones económicas y culturales también. De todo ello seguiremos hablando próximamente.
Quien esté interesado en profundizar en la evolución histórica de las relaciones entre Europa y Hollywood puede acceder al artículo “Europa frente a Hollywood. Breve síntesis histórica de una batalla económica y cultural”, publicado en la revista Doxa.
© Alejandro Pardo, 2012. Quedan reservados todos los derechos. Puede reproducirse el contenido de este blog previo permiso del autor.
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