Durante casi tres
décadas, el nombre de David Puttnam
ha estado asociado a películas de éxito. En efecto, entre su filmografía se
encuentran títulos como El expreso
de medianoche (Midnigth
Express, 1978), Carros
de fuego (Chariots of Fire,
1981), Un tipo
genial (Local Hero, 1983),
Los gritos del silencio (The Killing Fields, 1984),
La misión (The Mission, 1986) o Memphis Belle
(1990). Entre todas ellas, han cosechado 10 Oscars,
25 Premios BAFTA (los “Goya”
británicos) y la Palma de Oro de Cannes.
Protagonista
del resurgir del cine británico durante los años 80, Puttnam impulsó las
carreras de directores como Alan Parker, Ridley Scott, Adrian Lyne, Hugh Hudson o Roland Joffé, e incluso
llegó a estar al frente de un estudio de Hollywood (Columbia Pictures). Si algo ha
caracterizado el trabajo de Puttnam como productor es su aproximación creativa
a este oficio (hasta tal punto se involucra en sus películas, que puede
hablarse de un sello o impronta personal) y su encendida defensa de la responsabilidad social
de todos aquellos que trabajan en el cine o la televisión. Desde que se retirara de la producción
en 1998, poco después de ser nombrado Lord de Inglaterra, Puttnam ha estado muy
involucrado en asuntos relativos a la
educación, el medio ambiente y, por supuesto, las industrias creativas y los
medios de comunicación.
Lord Puttnam (M.Castells) |
Aprovechando su paso por el Festival
de Cine de San Sebastián, ayer tuvimos la suerte de tenerlo de nuevo en la Facultad de Comunicación
de la Universidad de Navarra, donde impartió
una clase magistral sobre “Cine y memoria: de dónde
surgen las ideas”. Resumo a continuación sus principales aportaciones.
En busca del germen creativo
La búsqueda de la idea
o historia constituye la primera tarea creativa del productor. Todo cineasta
está a la caza de aquella materia prima que pueda dar origen a una buena
película. Para ello acude a distintas fuentes, sean guiones originales, obras
de literatura o sucesos de la vida real. A este respecto, Puttnam subrayaba
tres cualidades que todo buen guionista, director o productor debe poseer a
este respecto. En primer lugar, la capacidad de sacar provecho de la propia
experiencia vital, de esa memoria biográfica que configura a todo ser humano.
“El mejor consejo que puedo dar a los futuros narradores audiovisuales es que
no desprecien su propia historia, que se esfuercen por no olvidar, que atesoraren
los recuerdos como fuente inagotable de ideas para personajes, secuencias e
incluso películas enteras”. Un ejemplo, en su caso, serían sus dos primeras
películas, con muchos elementos autobiográficos y generacionales: Fiebre de amor en clase (Melody, 1971) y That’ll Be The Day
(1973).
Melody (1971) |
En segundo lugar, la
capacidad de descubrir historias atractivas en sucesos históricos o actuales,
en los que nos servimos más bien de la memoria biográfica de otros. Ahí se pone
en juego la capacidad de “creer en las propias corazonadas, reconocer las ideas
que aportan más valores y enfrentarse al reto de luchar para que lleguen al
mayor público posible, con la esperanza de que contribuyan a cambiar el mundo”.
Así surgieron proyectos como Carros de
fuego (a raíz de un libro sobre la historia de las olimpiadas), Un tipo genial (una breve noticia
aparecida en un periódico sobre el interés de una multinacional petrolera por
un pueblo escocés) Los gritos del
silencio (un reportaje extenso sobre el conflicto camboyano), La misión (la labor evangelizadora de
los jesuitas en las llamadas “reducciones” y el conflicto a raíz de decisiones
políticas).
Carros de fuego (1981) Los gritos del silencio (1984) La misión (1984) |
Finalmente, la
capacidad para inspirarse en la creatividad y el trabajo de los otros, buscando
una adaptación más o menos directa. “No hay nada malo en inspirarse en ideas
creativas de otros, y aplicarlas en nuestros propios proyectos, siempre y
cuando lo reconozcamos”. En su caso, lo ilustra con el paralelismo formal que puede
apreciarse entre las secuencias de las carreras en Carros de fuego y el documental Tokyo Olimpiad (1965); o en
la estrecha relación que existe entre el documental Memphis Belle
(1944), dirigido por William Wyler, y la película homónima que Puttnam produjo
en 1990.
Sentido de paternidad y sentido del mercado
En otras ocasiones, Puttnam ha profundizado en
otras características que deben acompañar al productor en esta primera y crucial decisión, como es la selección de una buena
idea. En concreto, insistía en el matiz personal que todo proyecto debe tener,
hasta el punto de considerar al productor como “el padre” de la criatura.
“Salvo contadas excepciones o bien concibo yo mismo las historias o bien las
encuentro en la vida real… Es algo instintivo para mí tener un cierto sentido
de paternidad hacia el proyecto. Me cuesta entusiasmarme con un guión que viene
de fuera y llega a mi mesa, por muy maravilloso que sea. No es mío, no tiene
nada que ver conmigo”.
Junto a este
sentimiento de paternidad, Puttnam opina que este germen inicial que llamamos
idea o historia debe cumplir otros dos requisitos: por un lado, “debe despertar
un sentimiento de pasión y compromiso hacia ella, y debe tener al mismo tiempo
la capacidad de influir en un público amplio y diverso”. El primero de estos
requisitos viene a ser la premisa para lograr que el proyecto salga adelante.
“Más vale que nos aseguremos de que la idea o la historia que hemos adquirido
nos apasione; porque si no es así, es prácticamente imposible que consigamos
entusiasmar a otros”. Entre un productor y una idea hay algo de flechazo, de
amor a primera vista. Desde ahí que acuda al símil del enamoramiento para
explicar esta peculiar reacción: “Es imposible explicar por qué una historia se
impone en tu imaginación por encima de cualquier otra. Es como intentar
justificar por qué nos enamoramos de una mujer en una habitación donde hay
otras que parecen igualmente atractivas”.
¿Hay crisis
de ideas o de esperanza?
Ante la falta de buenas
películas en el mercado actual y el clima de pesimismo debido a la recesión
económica, Puttnam señalaba en su masterclass:
“Quién sabe vivimos un tiempo en el que nos enfrentamos a una memoria en
extinción o tal vez es que la gente no es feliz con sus recuerdos. Hoy día hay
tres o cuatro películas buenas al año, cuando antes eran veinte y deberían
seguir siendo veinte. Creo que falta contenido. Quizás el problema radica en la
falta de compromiso por algo más grande, algo que vaya más allá”.
Como apuntaba en otra
ocasión años atrás, la proliferación de películas de escasa calidad trae
consigo un “reajuste a la baja” de los criterios valorativos: “Hay tanta
película pésima que la película mala pasa a ser considerada mediocre, la
mediocre se convierte en buena, y la que es realmente buena en excepcional. Se
produce un rebajamiento de
estándares”. A largo plazo, en opinión de Puttnam, esta degradación de calidad
puede acabar minando los fundamentos sobre los que toda sociedad se sustenta.
De ahí que plantee un importante reto a todos aquellos que trabajan en los
medios audiovisuales: “Los cineastas, y quienes trabajan con ellos, tienen la
considerable responsabilidad moral de seleccionar cuidadosamente aquellos
proyectos que sirvan para identificarse con las necesidades del público;
proyectos que ofrezcan, al menos, un cierto criterio de valores. Porque si
nuestro trabajo ha sido bueno, la gente posiblemente saldrá del cine con unas
cuantas nociones que la hará más libre y más capaz de enfrentarse al mundo en
que vive”.
Lord Puttnam en la Facultad de Comunicación de la Universidad de Navarra (M. Castells) |
Y volviendo a sus
recuerdos personales, concluía la sesión de ayer con un mensaje de esperanza:
“El mundo en el que nací –pertenezco a la generación de los nacidos durante la
Segunda Guerra Mundial (‘blitz’ babies)
– era un mundo en el que se vivía intensamente la solidaridad: la gente
confiaba en los demás, el apoyo de los unos en los otros era clave para
subsistir y se pensaba en algo más. Quizá ahí esté el camino”.
© Alejandro Pardo, 2012. Quedan
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