Parece
inevitable volver a escribir sobre la situación
del cine español (o mejor, de la industria cinematográfica española)
después de algunas declaraciones
poco afortunadas del estamento político. La reacción
de la Academia de Cine
ha sido contundente y ha obligado a una justa rectificación.
Bienvenida sea.
Sobre el cine
español circulan verdades y mentiras, que los medios propagan y que en el
acervo popular han llegado a cristalizar en clichés. Algunas de estas mentiras
han sido agudamente rebatidas,
aunque todo admite contrarréplica o posteriores matizaciones, dependiendo de la
óptica de la que se mire. De igual modo, no han faltado análisis
certeros sobre el difícil cometido del ICAA
en la actual coyuntura económica. Y en ocasiones, se echa en falta también un
poco de sentido de mayor autocrítica dentro del sector.
No es fácil debatir
pacíficamente sobre este tema en un país donde sigue primando la óptica
ideológica, y donde toda cuestión en materia social o cultural –desde la
educación a la sanidad, pasando por la cultura e incluso el deporte– tiende a
politizarse. En cualquier caso, aprovecharé la ocasión para defender la calidad de nuestro cine y la necesidad
de articular mecanismos públicos y
privados que permitan su viabilidad.
Cine,
industria y cultura
El cine es cultura y es industria.
Así lo vemos con claridad en Europa, y también en Estados Unidos, aunque allá
este enunciado se expresaría a la inversa. En el fondo, el orden de factores no
altera el producto, aunque sí otorga una mentalidad distinta a la hora de
afrontar los problemas. En aquel lado del Atlántico siempre se ha visto claro
que detrás del éxito de las películas de Hollywood venían no sólo la difusión
de la propia identidad cultural (the
American Way of Life) sino también el aumento de la exportación de
productos autóctonos (desde la coca-cola a los jeans). Por ello mismo, el productor Walter Wanger
definía al cine –allá por 1939– como el mejor y más eficaz embajador.
En nuestro caso, el cine difícilmente ha supuesto un aumento de las ventas
internacionales de productos “made in Spain”, pero contribuye de manera
significativa a revalorizar la “marca España”.
En Europa la cultura ha sido siempre objeto
de protección –a veces desmesurada– por parte del poder político. En el caso
concreto del cine, se ha magnificado su dimensión cultural en detrimento de la
industrial. Prueba de ello ha sido el desequilibrio entre el fomento de
políticas de ayudas directas y las indirectas (como la desgravación fiscal). Nuestros
vecinos europeos (Francia, Alemania, Reino Unido) han reaccionado de modo más
inteligente y han corregido esta disparidad, combinando las ayudas directas con
una generosa desgravación fiscal (entre el 20% y el 40%). Además, en Francia se
ha aprobado recientemente la reducción
del IVA del cine en dos puntos (del 7% al 5%), en un momento en que el
resto de IVA ha subido. ¿Por qué? Porque como bien afirma la recién nombrada
directora de Unifrance (organismo que
promueve el cine francés fuera de Francia), el cine en su país es una cuestión de Estado, porque la cultura lo
es.
En España, seguimos dando palos de ciego,
o más bien poniendo bozal al buey que trilla. El Ministerio de Hacienda siempre
se ha mostrado reacio a favorecer la desgravación fiscal –no sólo en tiempos de
crisis– y prefiere resolver la necesidad de mayores ingresos a golpe de subida
de IVA (del 8% al 21%, en el caso del cine; buen contraste con nuestro homólogo
francés). El erario público, bien administrado, da para mucho. Y si no hay más
remedio que recortar, facilitemos al menos que el dinero pueda venir por otras vías.
Mengua
del dinero público, esperanza en el sector privado
Como recogen
las dos gráficas adjuntas, el Fondo de
Protección de la Cinematografía ha menguado sensiblemente en los últimos
años, después de una marcada tendencia alcista a lo largo de la última década. En
2013 está presupuestado en 55 millones de euros y para el 2014 apenas sumará
48,2 millones de euros. Esto supone volver a las cifras del 2002. La segunda
gráfica recoge el desglose de este Fondo, según datos del ICAA (disponibles
hasta 2011). Como se aprecia, la variedad de áreas ha ido en aumento –de manera
acorde con la evolución de la industria–. En cualquier caso, las partidas más
cuantiosas son aquellas que tienen que ver con ayudas directas, sean a la producción o la amortización. En mi
opinión, de igual modo a que se ha hecho un esfuerzo por no disminuir la ayuda
al guión, debería hacerse otro tanto con las ayudas al desarrollo de proyectos.
Si de las primeras depende en gran medida la calidad creativa de las historias,
de las segundas depende la viabilidad comercial del proyecto.
Fuente: ICAA (2000-2011) y prensa (2012-2014) |
Fuente: ICAA |
Este
esfuerzo por disponer de una partida en los Presupuestos Generales del Estado
debe combinarse con la mejora de las medidas
que hagan atractiva la inyección
de capital privado en la industria
cinematográfica, tal y como defendía en el artículo
anterior.
Luces
y sombras
Retomo la
cuestión central que nos ocupa (la calidad y sostenibilidad del cine español).
Más que de verdades y mentiras, prefiero hablar de luces y sombras.
He vuelto a
repasar una serie de artículos sobre el estado
de la industria del cine en España publicados en este blog hace un año y
modestamente pienso que, a la luz del nuevo debate abierto, siguen teniendo vigencia. Partiendo de unas cifras
para la reflexión, aventuraba diez
claves para el (presente y) futuro del cine español. Las enuncio de
nuevo: 1) Producir menos películas y de mayor calidad;
2) Seguir
apostando por reinventar nuestro cine, como venimos haciendo, para ganar al
público de hoy día; 3) Confiar en los nuevos
talentos de nuestro cine; 4) Consolidar la internacionalización,
cada vez más notable; 5) Mantener el nivel de
factura técnica y el nivel de calidad de nuestros profesionales; 6) Mayor inversión en desarrollo de proyectos y en distribución; 7) Mejorar los incentivos fiscales y desarrollar nuevas fórmulas
(patrocinio, mecenazgo); 8) Seguir creando sinergias con las cadenas de
televisión y promover otras nuevas con diferentes plataformas (Telefónica
Studio); 9) Promover la ventana de internet; 10) Despolitizar nuestro cine.
Casi
todos los puntos anteriores podrían considerarse signos positivos y esperanzadores. El cine español da muestras cada
vez de una mayor calidad y recibe un mayor reconocimiento a nivel
internacional, tanto en sus películas (premios en festivales y aumento de las ventas
internacionales) como en sus profesionales (prestigio y competencia de nuestros
talentos creativos y técnicos). A título de ejemplo, según publica la memoria
anual de FAPAE, las ventas internacionales de cine aumentaron un 51,9%
entre 2010 y 2011, y un 19,9% entre 2011 y 2012. Con independencia que esos
porcentajes estén sujetos a unos pocos títulos, en un dato consistente. También
ha mejorado notablemente la aceptación del público español (en estos años de
crisis, ha descendido proporcionalmente menos el número de espectadores de cine
español que el del cine extranjero).
Sólo tres apartados
indican campos de mejora. Por un
lado, la necesidad de redimensionar nuestra industria. En este sentido, pocos
comentarios autocríticos se han oído acerca del volumen de películas producidas
anualmente hasta la fecha, muchas de las cuales ni siquiera han llegado a
estrenarse. El término “cultura” no debería justificar el apoyo indiscriminado
y debería ser compatible con un mínimo de sentido empresarial. De otra parte,
como ya se ha comentado, la necesidad de apoyar los proyectos cinematográficos
en su fase de desarrollo y en la distribución (en especial, en el ámbito
internacional). Y, finalmente, como también se ha indicado, el fomento de
mecanismos de atracción de capital privado (incentivos fiscales, mecenazgo,
etc.).
Ojalá haya un mínimo de voluntad política y de sensatez profesional para establecer
de una vez por todas una legislación en materia cinematográfica acorde con la
de otros países europeos de nuestro entorno, que entienda el cine como una industria
cultural de primer orden.
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