jueves, 31 de octubre de 2013

¿Es caro el cine en España? (I)

            El éxito de la última edición de la Fiesta del Cine ha provocado un tsunami mediático (en la red y fuera de ella), que contrarresta el oleaje provocado por ciertas declaraciones y rectificaciones de algún representante del Gobierno y se suma a la marejada de opiniones sobre la salud de la industria del cine en nuestro país (en este caso, desde el punto de vista del consumo).

          Como explica Juan Ramón Gómez Fabra, presidente de Federación de Cines de España (FECE),  –una de las entidades organizadoras del evento– “esta fiesta nació porque hubo acuerdo entre todos los sectores para organizarla, un acuerdo que durante décadas no existía. Este año el fenómeno ha estallado porque hemos usado las redes sociales para la comunicación, porque se ha celebrado en toda España y porque hasta el año pasado la entrada se lograba habiendo comprado otra previamente: en esta edición solo hacía falta acreditarse”. El cambio de estrategia se demostró explosivo: se registraron 2 millones de personas (que colapsaron la web en algunos momentos), que podían acudir a cualquiera de las 2.574 salas esparcidas en 272 cines por el módico precio de 2,9 euros. En apenas tres días, se alcanzó la cifra de 1.573.412 espectadores, el doble que en la edición del año pasado (figura 1).


Fuente: Prensa


            A raíz de estos resultados, el debate está servido. ¿Es caro el cine en España? ¿Demuestra esta respuesta popular a la llamada del sector que el cine sigue siendo una forma demandada de entretenimiento? ¿Hay garantías de que aumentaría el número de espectadores si el precio fuera más reducido? ¿Quién ganaría y quién perdería? En este primer artículo ofreceré algunos datos para ayudar a la reflexión y en el siguiente recogeré las opiniones de representantes del sector y ofreceré mis propias conclusiones.

Precio, asistencia media y espectadores

          Pese a lo que más de uno pudiera imaginar, las entradas de cine en España han sido habitualmente más baratas que en otros países de nuestro entorno, como ilustra la figura 2. Solo a partir de 2008 se aprecia un incremento mucho más pronunciado que en el caso de nuestros vecinos, hasta el punto de acabar superando a países como Francia o Italia. En consecuencia, hemos pasado de ser uno de los países europeos con una media de asistencia al cine por habitante más alta a ocupar un puesto medio de la tabla (figura 3). Por lo demás, el número de espectadores en España ha descendido de manera más pronunciada que en el resto de países (figura 4).


Fuente: Media Salles

Fuente: EAO

Fuente: EAO 
       
           Parece inequívoca la relación entre aumento del precio de entrada y disminución del número de espectadores. Sin embargo, resulta curioso que no se haya producido el mismo fenómeno en Francia, Italia o Portugal. De igual modo, resulta interesante reflexionar sobre otros datos entresacados de un estudio de la Universidad Complutense que recoge El Mundo. Según este trabajo, el precio de la entrada de cine en nuestro país no ha variado de manera tan significativa en los últimos 50 años, si tomamos como referencia la moneda constante. Como se aprecia en la figura 5, ahora estaríamos volviendo a los niveles de 1959, después de haber logrado reducir el precio a la mitad.

Fuente: Univ. Complutense / El Mundo

            De ahí que Adolfo Blanco, de la distribuidora A Contracorriente Films, concluya: “El cine en España ha costado de media desde 1958 unos cinco euros, salvo una bajada a tres euros en los ochenta. Ahora cuesta 6,8. No es caro comparando con otros soportes culturales, pero es el precio más caro de la historia”.

Cómo se reparte el dinero de la taquilla

            Para entender en qué medida el cine resulta caro, conviene igualmente conocer cómo se reparte el dinero de la taquilla, y que queda reflejado en la figura 6.

 
Fuente: ABC

            Del total de recaudación de una película (o de cada precio de entrada), se deduce primeramente un 21% en concepto de IVA. El remanente se reparte de modo porcentual entre en exhibidor y el distribuidor (en un 40%-60%, 35%-65% o lo que se especifique en el contrato). A la parte que recibe el distribuidor (a repartir con el productor) hay que descontarle lo correspondiente a los derechos de autor (2%-3%), calculados sobre el total de taquilla. Luego, el distribuidor descuenta lo correspondiente a gastos de distribución (copias y publicidad, más honorarios) y el resto lo reparte con el productor según lo acordado en el contrato (normalmente, 30% distribuidor y 70% productor). Habitualmente, el beneficio neto para el productor se sitúan entre el 25% y 30% del total de taquilla.



            Incido en este punto porque, como explicaremos en el siguiente artículo, parte del debate se dirige hacia la posibilidad de variar la fórmula mediante la que se reparte la taquilla hoy día. Y no resulta fácil, porque –como explica Gómez Fabra “hay muchos intereses enfrentados, pero creo que hay necesidad de solución”.



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lunes, 14 de octubre de 2013

En defensa del cine español


Parece inevitable volver a escribir sobre la situación del cine español (o mejor, de la industria cinematográfica española) después de algunas declaraciones poco afortunadas del estamento político. La reacción de la Academia de Cine ha sido contundente y ha obligado a una justa rectificación. Bienvenida sea.

Sobre el cine español circulan verdades y mentiras, que los medios propagan y que en el acervo popular han llegado a cristalizar en clichés. Algunas de estas mentiras han sido agudamente rebatidas, aunque todo admite contrarréplica o posteriores matizaciones, dependiendo de la óptica de la que se mire. De igual modo, no han faltado análisis certeros sobre el difícil cometido del ICAA en la actual coyuntura económica. Y en ocasiones, se echa en falta también un poco de sentido de mayor autocrítica dentro del sector.

No es fácil debatir pacíficamente sobre este tema en un país donde sigue primando la óptica ideológica, y donde toda cuestión en materia social o cultural –desde la educación a la sanidad, pasando por la cultura e incluso el deporte– tiende a politizarse. En cualquier caso, aprovecharé la ocasión para defender la calidad de nuestro cine y la necesidad de articular mecanismos públicos y privados que permitan su viabilidad.

Cine, industria y cultura

El cine es cultura y es industria. Así lo vemos con claridad en Europa, y también en Estados Unidos, aunque allá este enunciado se expresaría a la inversa. En el fondo, el orden de factores no altera el producto, aunque sí otorga una mentalidad distinta a la hora de afrontar los problemas. En aquel lado del Atlántico siempre se ha visto claro que detrás del éxito de las películas de Hollywood venían no sólo la difusión de la propia identidad cultural (the American Way of Life) sino también el aumento de la exportación de productos autóctonos (desde la coca-cola a los jeans). Por ello mismo, el productor Walter Wanger definía al cine –allá por 1939– como el mejor y más eficaz embajador. En nuestro caso, el cine difícilmente ha supuesto un aumento de las ventas internacionales de productos “made in Spain”, pero contribuye de manera significativa a revalorizar la “marca España”.

En Europa la cultura ha sido siempre objeto de protección –a veces desmesurada– por parte del poder político. En el caso concreto del cine, se ha magnificado su dimensión cultural en detrimento de la industrial. Prueba de ello ha sido el desequilibrio entre el fomento de políticas de ayudas directas y las indirectas (como la desgravación fiscal). Nuestros vecinos europeos (Francia, Alemania, Reino Unido) han reaccionado de modo más inteligente y han corregido esta disparidad, combinando las ayudas directas con una generosa desgravación fiscal (entre el 20% y el 40%). Además, en Francia se ha aprobado recientemente la reducción del IVA del cine en dos puntos (del 7% al 5%), en un momento en que el resto de IVA ha subido. ¿Por qué? Porque como bien afirma la recién nombrada directora de Unifrance (organismo que promueve el cine francés fuera de Francia), el cine en su país es una cuestión de Estado, porque la cultura lo es.

En España, seguimos dando palos de ciego, o más bien poniendo bozal al buey que trilla. El Ministerio de Hacienda siempre se ha mostrado reacio a favorecer la desgravación fiscal –no sólo en tiempos de crisis– y prefiere resolver la necesidad de mayores ingresos a golpe de subida de IVA (del 8% al 21%, en el caso del cine; buen contraste con nuestro homólogo francés). El erario público, bien administrado, da para mucho. Y si no hay más remedio que recortar, facilitemos al menos que el dinero pueda venir por otras vías.

Mengua del dinero público, esperanza en el sector privado

Como recogen las dos gráficas adjuntas, el Fondo de Protección de la Cinematografía ha menguado sensiblemente en los últimos años, después de una marcada tendencia alcista a lo largo de la última década. En 2013 está presupuestado en 55 millones de euros y para el 2014 apenas sumará 48,2 millones de euros. Esto supone volver a las cifras del 2002. La segunda gráfica recoge el desglose de este Fondo, según datos del ICAA (disponibles hasta 2011). Como se aprecia, la variedad de áreas ha ido en aumento –de manera acorde con la evolución de la industria–. En cualquier caso, las partidas más cuantiosas son aquellas que tienen que ver con ayudas directas, sean a la producción o la amortización. En mi opinión, de igual modo a que se ha hecho un esfuerzo por no disminuir la ayuda al guión, debería hacerse otro tanto con las ayudas al desarrollo de proyectos. Si de las primeras depende en gran medida la calidad creativa de las historias, de las segundas depende la viabilidad comercial del proyecto.

Fuente: ICAA (2000-2011) y prensa (2012-2014)


Fuente: ICAA


         
   Este esfuerzo por disponer de una partida en los Presupuestos Generales del Estado debe combinarse con la mejora de las medidas que hagan atractiva la inyección de capital privado en la industria cinematográfica, tal y como defendía en el artículo anterior.

Luces y sombras
           
Retomo la cuestión central que nos ocupa (la calidad y sostenibilidad del cine español). Más que de verdades y mentiras, prefiero hablar de luces y sombras.

He vuelto a repasar una serie de artículos sobre el estado de la industria del cine en España publicados en este blog hace un año y modestamente pienso que, a la luz del nuevo debate abierto, siguen teniendo vigencia. Partiendo de unas cifras para la reflexión, aventuraba diez claves para el (presente y) futuro del cine español. Las enuncio de nuevo: 1) Producir menos películas y de mayor calidad; 2) Seguir apostando por reinventar nuestro cine, como venimos haciendo, para ganar al público de hoy día; 3) Confiar en los nuevos talentos de nuestro cine; 4) Consolidar la internacionalización, cada vez más notable; 5) Mantener el nivel de factura técnica y el nivel de calidad de nuestros profesionales; 6) Mayor inversión en desarrollo de proyectos y en distribución; 7) Mejorar los incentivos fiscales y desarrollar nuevas fórmulas (patrocinio, mecenazgo); 8) Seguir creando sinergias con las cadenas de televisión y promover otras nuevas con diferentes plataformas (Telefónica Studio); 9) Promover la ventana de internet; 10) Despolitizar nuestro cine.

Casi todos los puntos anteriores podrían considerarse signos positivos y esperanzadores. El cine español da muestras cada vez de una mayor calidad y recibe un mayor reconocimiento a nivel internacional, tanto en sus películas (premios en festivales y aumento de las ventas internacionales) como en sus profesionales (prestigio y competencia de nuestros talentos creativos y técnicos). A título de ejemplo, según publica la memoria anual de FAPAE, las ventas internacionales de cine aumentaron un 51,9% entre 2010 y 2011, y un 19,9% entre 2011 y 2012. Con independencia que esos porcentajes estén sujetos a unos pocos títulos, en un dato consistente. También ha mejorado notablemente la aceptación del público español (en estos años de crisis, ha descendido proporcionalmente menos el número de espectadores de cine español que el del cine extranjero).


  Sólo tres apartados indican campos de mejora. Por un lado, la necesidad de redimensionar nuestra industria. En este sentido, pocos comentarios autocríticos se han oído acerca del volumen de películas producidas anualmente hasta la fecha, muchas de las cuales ni siquiera han llegado a estrenarse. El término “cultura” no debería justificar el apoyo indiscriminado y debería ser compatible con un mínimo de sentido empresarial. De otra parte, como ya se ha comentado, la necesidad de apoyar los proyectos cinematográficos en su fase de desarrollo y en la distribución (en especial, en el ámbito internacional). Y, finalmente, como también se ha indicado, el fomento de mecanismos de atracción de capital privado (incentivos fiscales, mecenazgo, etc.).

Ojalá haya un mínimo de voluntad política y de sensatez profesional para establecer de una vez por todas una legislación en materia cinematográfica acorde con la de otros países europeos de nuestro entorno, que entienda el cine como una industria cultural de primer orden.