El pasado 6 de abril llegó a los cines norteamericanos el
esperado reestreno de Titanic (1997) en versión tridimensional (estereoscópica). A
lo largo de ese primer fin de semana (de Pascua) recaudó 25,7 millones de
dólares. De ahí saltó al mercado internacional y en poco menos de dos semanas
ha superado los 110 millones de dólares (47 de ellos en Estados Unidos, 67 en
China, 3,5 en España). De este modo, se ha convertido en la segunda película
que ha superado la barrera de los 2.000 millones de dólares de recaudación
(desde 1997), por detrás de Avatar
(2009). Gracias a este doblete, James Cameron ha grabado su
nombre con letras de oro en los anales de la industria del entretenimiento.
Estamos asistiendo a una nueva estrategia en Hollywood, que probablemente encuentre pronto
su réplica en el resto del mundo –Europa incluida–. Disney anunció hace tiempo
su intención de reestrenar varios de sus grandes clásicos en tres dimensiones,
y así lo ha hecho de momento con El Rey León (1994) y La bella y la bestia (1991), con excelentes resultados (94
millones de dólares el primero y 47,5 el segundo, solo en la taquilla
norteamericana). También George
Lucas ha hecho lo propio con la saga inicial de Star Wars (la última producida): La amenaza
fantasma 3D alcanzó los 43,3 millones de dólares en Estados Unidos. Y
pronto veremos otros clásicos de la factoría Pixar,
como Buscando a Nemo (2003) y Monstruos, S. A. (2001).
Si
se piensa despacio, se trata de un negocio tremendamente lucrativo: relanzamiento
de un título de éxito, ya amortizado, en una ventana (la cinematográfica) a la
que muy rara vez se vuelve, por un coste mínimo y con un alto índice de
rentabilidad. Valga como botón de muestra el caso de Titanic: la versión 3D ha logrado unos ingresos brutos diez veces
mayores a su coste (unos 10 millones de dólares).
Renovarse o morir: hacia un cine 360º
Son
varios los comentarios que merece este fenómeno. Por un lado, estamos
asistiendo a una reacción ya vivida en el pasado, cuando el espectáculo
cinematográfico tuvo que reinventarse para sobrevivir ante la llegada de la
televisión. Los años 50 y 60 del siglo anterior fueron los años de la innovación tecnológica (cinemascope, vistavision, 3D) y temática (historias menos convencionales e incluso políticamente
incorrectas). Hoy día, el impacto de las nuevas tecnologías, propiciada por la revolución digital, ha llevado a
cambios sustanciales en el modo de producir, distribuir y consumir películas.
El cine, como ventana privilegiada, debe “reinventarse”
como experiencia audiovisual y convencer al espectador de que “la sala
siempre será la sala”: máxima calidad (y cantidad=tamaño) de imagen y sonido, montaña
rusa sensorial de 360º, muy superior al más sofisticado equipo de home cinema.
Por
otro lado –como bien puede deducirse–, no todas las películas son idóneas para
este tipo de explotación. De ahí la bipolarización
de contenidos y de mercados a la
que asistiremos en los próximos años: por un lado, las superproducciones,
espectaculares, destinadas a salas 3D; por otro, la películas convencionales
(la mayoría), que serán explotadas directamente en un único mercado doméstico (home entertainment) –televisión, vídeo a
la carta, internet, etc.
¿Consolidación de un nuevo estándar?
A
estas alturas, puede hablarse de la consolidación del formato estereoscópico que,
tras algunas reticencias iniciales, parece imponerse. En lo que respecta al parque de salas, y de acuerdo con Screen Digest, más del 50% han migrado ya al estándar digital, tanto en Europa como
en Estados Unidos. En poco más de un lustro se alcanzará casi la totalidad de
salas y en los mercados más avanzados asistiremos incluso al reemplazo de los
primeros proyectores de 2k de resolución por los de 4k e incluso 6k (en los mercados
más avanzados).
En
lo que respecta al público, los
datos de mercado parecen concluir que, una vez más, se han cumplido los
principios de la discriminación del precios: el público cinematográfico parece
dispuesto a pagar más dinero por disfrutar de una película en las mejores
condiciones posibles. Así por ejemplo, en el caso de Estados Unidos, en torno
al 20% del total de recaudación en 2010 y 2011 correspondió a películas 3D
(datos de la MPAA).
Hay
otros efectos colaterales que
comentaremos en otra ocasión: reconversión del modelo de negocio de los
exhibidores (ampliando la oferta de contenidos); reconversión de los
distribuidores (nuevas fórmulas de intermediación, mayor simbiosis
producción-distribución).
Algunos
piensan que estamos todavía bajo los efectos de la novedad, y que tarde o
temprano el púbico acabará por acostumbrarse a ello o, peor aún, se rebelará
contra el hecho de ver cine con unas gafas incómodas, o a un precio tan
elevado. Puede ser. Sin embargo, para entonces, la ventana cinematográfica
tendrá que haberse reinventado otra vez en su carrera por continuar siendo la experiencia audiovisual más inmersiva
de todas. “Cuando Harry Potter vuela, el público quiere volar con él”, comenta
un directivo de salas de cine británico.
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El
cine siempre ha contado con pioneros
que han llevado la tecnología audiovisual allá de donde nadie hubiera soñado,
impulsados por el deseo de no poner límites a su desbordante imaginación. George Meliés fue sin duda el primer mago de la gran pantalla; en la época actual le
han seguido otros como George Lucas, James Cameron y Peter Jackson. Gracias a estos
tres últimos genios, contamos hoy con sofisticados sistemas de cámaras
controladas por ordenador, sonido digital envolvente, captura de movimiento o
grabación estereoscópica. El hobbit, por ejemplo, está
siendo rodado a 48 fotogramas por segundo, con 5k de resolución, para conseguir
una imagen estereoscópica de excepcional calidad.
© Alejandro Pardo, 2012. Quedan
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