No ha habido sorpresas. La Academia Americana de Cine ha elegido a The Artist como Mejor Película, al igual que lo hicieron antes sus homónimos en Francia (Césares), Reino Unido (BAFTAs) y España (Goyas) –en este último caso, como Mejor Película Extranjera–, refrendando así la admiración de toda la comunidad cinematográfica por esta película cenicienta.
Estos días bullen los comentarios de críticos, cinéfilos y profesionales haciendo balance de esta 84ª edición de los Oscars. Son muchas las posibles lecturas. Por un lado, resulta evidente que Hollywood parece haberse decantado por dos películas que constituyen un rendido homenaje al Séptimo Arte, como son The Artist y La invención de Hugo. Si la primera ofrece un ingenuo y fresco revival del cine mudo y un tributo a figuras como Rodolfo Valentino, Douglas Fairbanks o al tándem Fred Astaire-Ginger Rogers, y a clásicos como Ciudadano Kane (Citizen Kane, 1941), Ritmo loco (Shall We Dance, 1937) o El crepúsculo de los dioses (Sunset Boulevard, 1950), la segunda –híbrido cuento dickensiano-victorhuguista, con toques de Roald Dahl– muestra un declarado reconocimiento a George Meliés, uno de los grandes pioneros del cine como espectáculo y un mago de los efectos especiales. Entre ambas, se han repartido diez estatuillas, a partes iguales: The Artist, en categorías más “suculentas” (Mejor Película, Mejor Dirección, Mejor Actor Principal, Mejor Banda Sonora y Mejor Diseño de Vestuario) y Hugo en las técnicas (Mejor Fotografía, Mejor Dirección Artística, Mejor Sonido, Mejor Montaje Sonoro y Mejores Efectos Visuales).
Sin embargo –y con perdón del resto de ganadores, a quien no voy a mencionar–, estos Oscars representan una singular ironía del destino. En la secular rivalidad entre Hollywood y Europa –que ya hemos tenido ocasión de comentar en anteriores artículos–, Francia ha adquirido siempre un especial protagonismo, enarbolando la bandera del proteccionismo cultural a ultranza frente al imperialismo yanqui. Y hete aquí que la primera vez que el Oscar a la Mejor Película recae en una producción no americana y no anglosajona (por incluir a los primos-hermanos británicos), se trata de una producción “cien por cien” francesa. Ironía del destino y ejemplo de contrastes: la Francia de la exception culturelle y de las arduas negociaciones del GATT, la Francia cuya cuota de mercado de cine nacional es superior a la de cualquier país europeo (en torno a un 40% como media en la última década), es al mismo tiempo la Francia capaz de producir el más bello homenaje al cine mudo de Hollywood. De igual modo, la industria cinematográfica estadounidense, acusada por el país galo de querer destruir la cultura europea, rinde un entrañable tributo al mago Meliés y a los hermanos Lumiere (obra de Martin Scorsese), amén de expresar una vez más su declarado amor por Paris la nuit (de la mano de Woody Allen).
Algo hay también de “David contra Goliath” en esta pareja de filmes ganadores. Mientras The Artist, película de nicho de presupuesto medio (15 millones de dólares) ha seguido un plan de estrenos propio de un sleeper (de menos a más), la superproducción Hugo (170 millones de presupuesto), ha aterrizado en los cines del mundo entero a bombo y platillo. Sin embargo, mientras que la primera ha quintuplicado su coste en la taquilla mundial (76 millones, de momento), Hugo, apenas lleva recaudados 115 millones. Los Oscars representarán sin duda para ambas un buen espaldarazo, pero no parece que las aventuras del niño relojero de Montmartre alcancen el ratio de rentabilidad de la historia sobre el auge y caída de la estrella muda hollywoodiense.
Una última apreciación. No hace muchos años, asistíamos al debate mediático abierto en nuestro país vecino acerca de si Largo domingo de noviazgo (Un long dimanche de fiançailles, 2004), dirigida por Jean-Pierre Jeunet y protagonizada por Audrey Tautou, podía ser considerada oficialmente francesa o no. ¿Motivo? Que había sido financiada sustancialmente con capital norteamericano (Warner Brothers). Se produjo una situación paradójica. Mientras que para la Academia francesa del Cine la nacionalidad del dinero no impedía que la película compitiera en los Premios César (de hecho, ganó cinco de ellos), un grupo de productores galos instó al Ministerio de Cultura a retirarle las ayudas públicas. Tras un fallo judicial, así fue. Quizá estos mismos productores, políticos y jueces hayan cambiado su punto de vista excesivamente chauvinista y se hayan rendido a los pies de The Artist, un filme hollywoodiense en esencia, aunque esté producido con capital francés.
Esta última edición de los Oscars demuestra una vez más el poder del cine como lenguaje universal y su capacidad para unir a la familia humana. Hollywood brinda con champán francés, mientras bailan claqué a orillas de Sena.
© Alejandro Pardo, 2012. Quedan reservados todos los derechos. Puede reproducirse el contenido de este blog con permiso del autor.
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