En el imaginario colectivo nacional los términos
“cine español” y “crisis” aparecen endémicamente asociados –y casi me atrevería
decir que endogámicamente también: así somos–. El año 2010 pasó a la historia como
un annus horribilis para nuestro cine
y, aunque 2011 fue mejor en términos de cuota de mercado nacional, continuó con
la tendencia descendiente. De ahí que no hayan dejado de sucederse debates,
reuniones, comparecencias y anuncios –aceleradas por el cambio de gobierno– en
un deseo de poner los fundamentos para una sólida base.
Todo intento de diagnóstico requiere cierta
perspectiva. Por ese motivo, conviene repasar las cifras del cine en España a lo largo de la última década. Los
gráficos siguientes recogen distintos indicadores de mercado y de la industria,
que permiten observar y contextualizar mejor la evolución reciente Antes, me
gustaría hacer algunas salvedades. En primer lugar, tanto el 2000 como el 2001
son años atípicos. Si el primero también pasó a la historia como otro año para
olvidar (cifras que rompen la tendencia alcista de los años 90), 2001 acusa el
efecto de Los
otros. Así pues –y este es mi segunda apreciación–, considero más
interesante valorar los resultados de cada año con respecto al promedio, y no
tomar como referencia exclusiva el año inmediatamente anterior. En tercer lugar,
casi todas las valoraciones se refieren al periodo 2000-2010, donde existen
datos contrastados, aunque en algunos casos incluyo también el 2011 (con cifras
provisionales). Por último, conviene reseñar que los datos hasta 2010 proceden
del ICAA; las
estimaciones del 2011 son en su mayor parte del Observatorio
Audiovisual Europeo (EAO), con algún añadido propio; finalmente, las entradas per cápita
provienen de MEDIA Salles.
Para empezar, si observamos la evolución de espectadores y de recaudación (gráficos 1 y 2), veremos una tendencia a la baja, más
acusada en el primer caso que en el segundo, donde el ajuste al alza de los
precios de entradas disimula el descenso de público. La evolución comparativa de
los espectadores de películas extranjeras y españolas nos lleva a una primera
reflexión: es cierto que existe un “divorcio” entre películas y público en el
caso de nuestro cine, pero no resulta tan radical como a veces se interpreta.
Tal y como refleja la gráfica 1, el
descenso de espectadores en el caso de las películas extranjeras es
notablemente más acusado que el de las películas españolas. Es cierto que hay
años mejores y peores (normalmente, dependiendo de éxitos como Los otros, Mortadelo
y Filemón, Torrente
2 o El
orfanato) pero, proporcionalmente, se aprecia unos altibajos menos
extremos en las cifras de nuestro cine que en el caso de las películas
extranjeras (y, más en concreto, norteamericanas).
Todavía más llamativas –a mi juicio– son estas
cifras de espectadores de cine español si se tiene en cuenta el importante
descenso de entradas per cápita (gráfica
3) durante este periodo. España ha pasado de ser uno de los países de
Europa Occidental donde más se va al cine, a situarse en una posición media-baja,
por efecto de la crisis económica y de la piratería. En otras palabras, la
caída de espectadores de cine español no parece haber ido a la par del descenso
de visitas anuales al cine por habitante. El mercado cinematográfico está cada
vez más constreñido, pero el público no renuncia a ver cine español. La nueva
savia de guionistas, directores y productores tienen buena “culpa” de ello.
Finalmente, las recaudaciones
reflejan la misma tendencia que los espectadores, si bien –como se ha
comentado– el aumento del precio de las entradas logra paliar el descenso de
espectadores. De hecho, la entre 2000 y 2010, la recaudación de las películas
extranjeras ha aumentado un 20,6%, y las españolas un 49,4%. La década
2000-2010 arroja un promedio de 18,2
millones de espectadores de cine español, a la que corresponde una recaudación
de 91 millones de euros.
La visión anterior se completa con la evolución de
la cuota de mercado por nacionales,
recogida en el gráfico 4. El
análisis comparativo nos permite apreciar cómo la evolución del caso español,
siendo a todas luces mejorable, no resulta tan dramática como, por ejemplo, la
del cine hollywoodiense. Mientras que éste ha descendido en un 14,8% su cuota
de mercado en España entre 2000 y 2010, el cine español la ha mantenido en
torno al 15%, con pequeños altibajos. (el promedio es de 14,3%). Cabe destacar
también la fortaleza del cine europeo
en nuestro país –somos uno de los países de Europa con mayor cuota de mercado
de cine comunitario–.
Desde mi punto de vista, mucho más preocupante es
la realidad que reflejan los gráficos 5
y 6 en relación a la cuota de mercado de nuestro cine. El primero de ellos,
recoge del número de rodajes por
año, junto al total de películas
producidas (es decir, registradas en el ICAA como obras acabadas) y al
número de estrenos anuales. Como se
aprecia, el nivel de producción en España no se ajusta a las leyes del mercado
(relación oferta-demanda). El aumento del número de películas que se ruedan o
se completan cada año no se corresponde con el descenso prolongado del número
de espectadores. En cuanto a los estrenos, mientras el número de películas
estadounidenses ha descendido para ajustarse a la involución del mercado, los estrenos españoles (gráfico 5) han aumentado y se han estabilizado al alza (unos 135
anuales) para competir por un mercado limitado y que, de momento, no tiene
visos de crecer.
Por otro lado, también debe tenerse en cuenta la concentración de la taquilla de cine nacional:
las 20 películas más taquilleras cada año suman entre el 70% y 80% de la
recaudación del cine español; es decir, en torno a un centenar de estrenos
españoles deben repartirse entre un 20% y un 30% restante.
Estos desajustes revelan el gran mal de nuestra
industria: se produce más cine de lo que el mercado es capaz de asumir. ¿Por
qué? Las razones son variadas, pero sin duda debe destacarse el efecto perverso
de las ayudas públicas, que desfiguran la realidad del mercado. Es fácil
concluir que muchas de las películas que se ruedan anualmente en nuestro país,
nunca verán la luz en la gran pantalla –y podríamos añadir, aunque suene
tajante, que nunca deberían haberse hecho–. Muchos profesionales abogan por
poner un poco de cordura en medio de una desmesura semejante: producir
anualmente menos películas, con más medios, y competir así en mejores
condiciones. Ahora bien, ¿quién está dispuesto a apearse del tren de las
subvenciones? ¿Qué director, productor o guionista quiere renunciar a
intentarlo? ¿Cómo se equilibran los intereses comerciales y culturales?
Estas cifras “macro” necesitarían asimismo una
visión “micro” más detallista, que matizara algunas de las cuestiones vistas. Por
ejemplo, las diferencias que pueda haber entre largometrajes de ficción y
documentales; qué se entiende por “una película española” o “con participación
española” (Desde Ágora
o Lo imposible hasta El
reino de los cielos o Vicky,
Cristina, Barcelona); cuántas películas con ayudas públicas no llegan a
estrenarse; en qué medida ha crecido el prestigio internacional del cine y del
talento español; cómo es la situación del sector de la producción y la
distribución (fragmentación, concentración…); etc.
En cualquier caso, y por arrojar unas primeras
conclusiones, habría que decir que el “problema” del cine español no está tanto
en la mayor o menor aceptación del público –en mi opinión, creciente–, sino en
la necesidad redimensionar la industria y reestructurar los mecanismos de apoyo a la producción y a la distribución: menor dependencia de
ayudas públicas, mayor facilidad de inversión privada. Y, por supuesto, apostar
por un tipo de cine que enganche al espectador.
Sobre estos y otros asuntos seguiremos hablaremos en
el siguiente artículo.
© Alejandro Pardo, 2012. Quedan
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